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    ÉTICA PRIVADA Y ÉTICA PÚBLICA

    Alfonso López Quintás
    De la Real Academia Española de Ciencias Morales y Políticas

    Con frecuencia se exalta lo “público” y se lo opone –o, al menos, contrapone- a lo “privado”. Hay quienes se muestran partidarios, por ejemplo, de la “enseñanza pública” y reticentes respecto a la “privada”. Estos términos parecen haber tomado carta de naturaleza y apenas hay quien los ponga en tela de juicio. Conviene, de cuando en cuando, limpiarles el polvo a tales vocablos para que resplandezca su verdadero sentido y se haga patente el sinsentido del uso que a veces se les da.

    Se habla de ética pública y ética privada, y, en virtud de esta distinción supuestamente obvia, más de un diputado ve justificado expresarse de esta manera: “Privadamente, no estoy de acuerdo con el aborto, ni aceptaré que tal práctica se lleve a cabo en mi familia. Pero públicamente, como miembro de un partido político, voto a favor, pues se trata de dos ámbitos distintos, regidos por lógicas diferentes”. Vistas las cosas con precipitación, parece que el término privado alude al ámbito de la conciencia, de las convicciones personales bien arraigadas, de los compromisos tomados en el campo de las grandes decisiones; y que el término público se refiere al campo de las decisiones tomadas por consenso entre personas de distinta formación y orientación. Sobre esta base se piensa que diversas circunstancias pueden llevar al legislador a permitir, en público, ciertos comportamientos que su conciencia le prohibiría adoptar en privado.

    Para descubrir si esto tiene sentido, debemos recordar que, según la Antropología filosófica actual más cualificada, los seres humanos crecemos comunitariamente a través de la creación de encuentros. Somos seres capaces de distanciarnos del entorno, ponerlo enfrente de nosotros e incluso enfrentarnos a él. Nos lo permite el hecho de que constituimos un “yo”, tenemos conciencia de ser sujetos capaces de tomar las riendas de nuestra conducta. Pero, al hacerlo, sabemos bien que para ser un yo auténtico debemos abrirnos a un tú y crear vínculos con él. Vivimos como personas, nos desarrollamos y perfeccionamos como tales al relacionarnos y crear diversos modos de encuentro.

    El hecho de crecer comunitariamente supera por elevación la dicotomía de “público” y “privado”. Decimos que la vida familiar es algo privado respecto a la vida social, que es para nosotros algo público. Ciertamente, cabe afirmar en este sentido que hay una esfera privada y una pública. Pero no es menos cierto que la vida familiar es la proyección comunitaria de la vida privada de los esposos y los hijos. Y esa comunidad familiar se engarza con otras, y todas ellas se entreveran con diversas instituciones para formar el tejido social. ¿Se puede dividir aquí tajantemente lo privado y lo público? Cuando se analizan de forma estática los diversos aspectos de la vida humana, parece que está muy clara tal distinción. Pero, si pensamos cómo se va tejiendo nuestra vida de forma dinámica –por tanto, creativa-, se advierte que es posible distinguir en ella diversos aspectos, pero no escindirlos. Esto último sería una forma de pensamiento muy superficial, y nos arriesgaríamos demasiado si configuráramos la vida conforme a él...

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