TECNOLOGÍA

Vivir en un convento en 2019: 5.000 fans en Facebook, hostias online y una plegaria a las telecos, «que alguien nos ponga fibra»

(xataka.com).-Puçol es una localidad valenciana que no llega a los 20.000 habitantes. En sus afueras, accesible mediante un camino recóndito, está el convento de la orden de las Carmelitas Descalzas. Su acceso lo conoce bien quien escribe estas líneas: pasé mi infancia y mi adolescencia echando viajes anuales al claustro para visitar a una tía abuela que ya falleció.

Las que fueron sus compañeras -sus hermanas-, once de las cuales nueve siguen activas, siguen ejerciendo como monjas. Claro que ahora es más fácil seguirles la pista: tienen una página de Facebook con más de 5.000 seguidores, una cuenta de Twitter y varios blogs. Incluso un canal de YouTube.

WiFi Mesh para nueve autónomas

Carmelitas Descalzas 03Ocho de las nueve monjas activas del convento: Puerto, Anna, Tere, Ivana, Gema, Teresa, María José y Estibaliz. Al frente, el Lenovo que maneja Tere.

La de las Carmelitas en su convento es una historia de privaciones, pero la tecnología -con más ingenio para no tener que pasar por caja que lujos a medida- lleva mucho tiempo con ellas. Una visita a su sala capitular en reunión con las nueve monjas activas nos sirve para constatar que están más que al día.

Tradicionalmente, su gran vía de financiación -no gozan de subvenciones, «las monjas vivimos de nuestro trabajo»- ha sido la venta de las formas eucarísticas, más conocidas entre el populo como ‘hostias’, un negocio de capa caída. Una noticia en Levante-EMV tres años atrás dio la voz de alerta: la competencia china estaba fagocitando esta forma de sostener la vida en el convento.

Cierto en el fondo, la forma no fue del todo correcta: la verdadera competencia es la italiana y la polaca vendidas por tiendas como Domus o HolyArt, según nos explica Gema Juan, priora de este monasterio. «Lo de las hostias chinas al final fue un rumor venido a más de un señor que realmente no fue cierto». Lo que sí fue real es el bajón de los ingresos, en torno a un 70% de caída, en muy poco tiempo hace unos años. «Perdimos a uno de los clientes principales, uno de Alicante que vendía muchísimo. Llegamos a estar un mes con las máquinas paradas».Carmelitas 2Escritorio de una de las monjas. Aquí cabe la tecnología, pero no los lujos.

De aquel reportaje lograron algo positivo: una empresa zaragozana se puso en contacto con ellas para ofrecerles montarles una tienda online gratuitamente (y luego lo contó en un artículo). «Nos dijeron que todos se pusieron de acuerdo en hacerlo porque sus abuelitas estarían orgullosas de ellos».

Dicho y hecho, desde entonces venden las hostias que fabrican en su tienda online de formas eucarísticas. Los pagos se procesan con un TPV virtual y se despachan mediante mensajería ordinaria. «No recibimos muchos pedidos por ahí todavía, pero está creciendo. La mayoría de pedidos son por teléfono, de párrocos mayores que no van a hacerlo online», cuenta Tere, que está al frente de ella.

Un empujón importante para la actividad de estas nueve monjas, que están dadas de alta como autónomas –hay 11.000 religiosos tributando en España bajo este epígrafe-, cuyas cuotas mensuales ya suponen un chorro de dinero considerable. Ninguna llega a los mil euros de facturación mensual, la mayoría gracias a la venta de formas.

La vida digital en el convento no es del todo fácil: se encuentra en zona rústica no urbanizable, así que ninguna operadora ve viable llevarles la fibra óptica hasta allí. «Se la hemos pedido a todas y nos dicen que no nos quieren dar servicio», explican. Mientras tanto, tiran de WiMax, más lento de lo que les gustaría. «¿Qué velocidad cogéis? ¿3 MB?», pregunto. «Jajajajaja, 3 MB, eso quisiéramos», responde Tere. Demasiada penitencia, incluso para un monasterio en la recta final hacia el miércoles de ceniza.

«Hemos tenido desde siempre bastantes problemas de conectividad, sobre todo en ciertas zonas a las que nunca llegaba la cobertura, pero desde que compramos unos Google WiFi eso ya se ha acabado». Ivana, una de las hermanas más mayores, les llama «las hamburguesas» por su diseño y rememora otro hito tecnológico en el convento: el día del virus.

Ocurrió en 1996. «Nos entró un virus por el correo de un fraile, y alguien nos avisó de que lo teníamos y que podíamos estar poniendo en peligro a todos nuestros contactos. Nos asustamos muchísimo, pensábamos que podíamos provocar un desastre a gran escala, que íbamos a inutilizar los ordenadores de medio planeta. Llamamos uno por uno a todos nuestros contactos para avisarles de que no abrieran nuestro correo. Incluso a congregaciones de África, a las tres de la mañana. El ridículo que hicimos fue mundial», recuerda entre risas.

Carmelitas Descalzas 01

Smartphones low-cost y almacenamiento en la nube

«Internet ya hace falta para absolutamente todo, incluso en un convento«, cuenta Teresa. «Estibaliz es muy de Amazon, tú me dirás si no, para buscar cualquier cosa tendríamos que irnos muy lejos… Ahí en cambio todo nos llega al día siguiente y sin tener que pagar los portes. El mensajero viene casi todos los días a traernos algo. Una pieza del exprimidor que se rompió, por ejemplo». En toda la austeridad. «Nosotras ya vamos bastante justas, y al final más velocidad es hacer más en el mismo tiempo, y el tiempo es dinero», dicen para justificar el anhelo de la fibra.

Aunque no los monetizan de forma alguna, también mantienen abiertos varios blogs, como De la Rueca a la Pluma -el principal, con unas 1.500 visitas diarias, centrado en Santa Teresa de Jesús-, o Aventurar la Vida, el personal de Anna Seguí, una de ellas.

Hablamos de blogs y de difusión, y Teresa (o como nos la presentan, «la hacker»), cuenta que Facebook es donde más se han centrado, que en Twitter muy poco y que quizás deberían ir pensando más en Instagram. En todo el algoritmo. Ivana, que tiene cuentas en varias redes sociales, dice que en otras congregaciones son más reacios a abrirse a la tecnología y ella les explica que «no hay que demonizar Internet ni las redes, son herramientas y se pueden usar muy bien».

En Facebook, sin ir más lejos, reciben peticiones de oración por mensajería privada por parte de personas de medio mundo. «Les ruego recen por mi hermana, que está enferma y no sabemos si se podrá curar» es un mensaje arquetípico de los que llegan a la bandeja de entrada.

Gracias a los datos que da esta red social comprueban cómo los clichés sobre los diferentes tipos de religiosidad en base a la región se cumplen: la mayoría de estas peticiones vienen de África o de América Latina. «Allí se confía más en el poder de la oración, en España la religiosidad se vive de forma algo diferente», dice María José.

Pese a los Google WiFi y las páginas de Facebook, hay sistemas a los que la tecnología no ha podido vencer, como el tañido de campanas mediante el cual se llaman unas a otras. «Cada una tiene su toque asignado para saber a quién se está llamando, el mío como priora por ejemplo son dos campanadas. De momento no hay sistema mejor que este, tan tradicional».

También hacen artículos o charlas, aunque sus otros trabajos suelen ser tareas que les encargan editoriales como SM o Santillana: «Nos piden listados, por ejemplo, de congregaciones de América Latina, suelen ser recolecciones de información online. También digitalizamos libros de parroquias. Nos ha salido alguna otra cosa, como fabricar mallas para sandías que ideó un hombre de la zona, pero si encendíamos la bombilla para poder ver bien, ya perdíamos dinero», dice Gema riendo.

Los smartphones que usan son de los que englobaríamos en las listas de los más económicos. La tendencia de los móviles de 1.000 euros queda lejana aquí. Algún Huawei, algún Alcatel, un Energy Sistem e incluso un Doro que tuve a bien probar como acto de contricción de mis pecados. Hablamos de tecnología y una de ellas me pide ayuda para ver si puedo conseguirle una licencia para una aplicación de productividad que le pide pasar por caja. «Esto no hace falta que lo saques», dice María José mirando al cielo con una sonrisa beatífica.

«Yo uso MEGA, Dropbox, Google Drive, OneDrive… ¿Cómo va lo de las cuentas de Google Drive ilimitadas?», pregunta Teresa. «A mí lo que me pone mala son las contraseñas, a ver si las quitan ya, son un lío». «Pero si te las guarda Chrome», replica otra. No deja de ser chocante ver a religiosas con velo hablar de servicios online y privacidad, como un What If…? de la época dorada de Marvel. Como dijo ella misma algo antes, ni los conventos se libran de la capilaridad de Internet en pleno 2019. Aunque sea resignándose al WiMax.

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