El hoy papa León XIV mantuvo una conversación que sale ahora a la luz con los Agustinos Recoletos en 2019, donde se mostraba «siempre contento de servir»
(revistaecclesia.es).-El pasado 8 de mayo, cuando el mundo conocía al nuevo papa León XIV, el rostro que se asomaba al balcón de San Pedro ya era familiar para los Agustinos Recoletos. En el año 2019, el por entonces obispo Robert Francis Prevost, de la diócesis peruana de Chiclayo, compartió con su Orden unas profundas reflexiones sobre la misión de la Iglesia y el carisma que compartía con sus entrevistadores. La conversación, grabada durante una visita a los obispos agustinos de Perú y en la que se muestra una mirada cercana a las reflexiones pastorales de quien hoy guía a la Iglesia Universal, ha permanecido inédita hasta ahora.
«Soy Roberto o Robert Prevost Martínez. Por gracia de Dios, misionero. Soy agustino, sacerdote desde el año 82 y trabajando acá en el Perú desde el año 85», saluda el hoy sucesor de San Pedro. En su presentación inicial, León XIV comparte también que ha tenido el privilegio de ser el prior general de la Orden de San Agustín durante 12 años, tiempo en el que vivió, conoció y promovió el carisma agustino en muchos lugares y países. En el momento de la conversaicón, hace casi cinco años que monseñor Prevost había regresado a Perú como obispo de la diócesis de Chiclayo. Durante la entrevista, se aborda la misión de la Iglesia y los grandes desafíos que esta afronta, no solo en Perú o América Latina, sino a nivel mundial.
Así las cosas, monseñor Prevost relata su primera llegada a Perú, a la entonces prelatura de Chulucanas —ahora diócesis—, invitado por el primer obispo de la prelatura, monseñor Juan McNabb, quien buscaba un canonista que le ayudara en el proceso de transformación de prelatura a diócesis. «Me invitó a venir y yo, pues, gustoso, muy contento, y como siempre me ha gustado la aventura, dije: “Si es lo que el Señor está pidiendo y hay necesidad, pues voy”». Aquel primer año en Chulucanas fue «de muchas bendiciones», ya que tuvo la oportunidad de conocer la prelatura, a los agentes de pastoral y los inicios de un proyecto de trabajo pastoral.
Tras un tiempo como promotor vocacional en Chicago, Estados Unidos, regresó a Perú por invitación de un nuevo Provincial que quería que hiciera trabajo de formador. En esa ocasión, permaneció en Perú durante «11 años, un poco más», trabajando específicamente en la formación de sacerdotes y agustinos. Fue director de estudios en el seminario mayor de Trujillo, pero, según sus palabras, «cuando uno viene al Perú es un poco de todo». Lo sabía bien, pues se desempeñaba también como maestro de formación, profesor en el seminario, párroco de dos parroquias y vicario judicial en la arquidiócesis en su «tiempo libre». Sobre su servicio, afirmó: «Siempre contento de servir».
El hoy papa León XIV hacía entonces hincapié en la dimensión misionera del carisma agustino: «Yo creo y siempre he intentado promover en la Orden, no solo en las constituciones, sino también en el Espíritu, que esa dimensión misionera está siempre presente». Así, reflexiona sobre la expresión «discípulos misioneros», destacando que «esa dimensión en una manera especial se vive en la Orden», subrayando la «gran y larga tradición de misiones» de esta y describiendo un espíritu de entrega y servicio, «de buscar salir». Haciendo eco de las palabras del papa Francisco, menciona su aprecio por la expresión «ser Iglesia en salida».
Si bien existe una tradición de misiones en el sentido «más tradicional o clásica», también existe un espíritu de «buscar aquellas situaciones, circunstancias, la pobreza existencial en muchos lugares [y estar] dispuesto a servir y a llevar el mensaje de Cristo donde sea». No obstante, reconoce que también encuentra «cambios grandes en ese espíritu misionero», señalando que «a veces no hay el mismo espíritu de querer salir del propio país, como hubo, quizás, hace años». Por tanto, considera que «a veces es un reto seguir promoviendo esa disponibilidad, esa libertad, esa generosa respuesta a servir».
A pesar de ello, observa que «en la Orden, todavía en la familia agustiniana hay muchos que tienen ese deseo de servir al Señor, servir a la Iglesia donde sea». Algo que, desde su experiencia personal, proclama como «una gracia, un don», y añade que «no es que sea yo quien da; yo he recibido muchísimo a través de estos años de misión».
En su condición de obispo, describe los esfuerzos en Chiclayo para promover, precisamente, este espíritu misionero. De esta forma, trabajaban con Obras Misionales Pontificias y con el centro diocesano misionero para involucrar a niños, jóvenes, adolescentes, adultos y familias, «promoviendo un espíritu misionero y ayudando a todos a comprender que la misión no es, digamos, de unos pocos, de aquellos que llamamos misioneros, que van a otros lugares, sino que la vocación a ser misionero la recibimos todos desde el Bautismo». En la propia diócesis —prosigue—, buscan promover un espíritu misionero genuino, donde todos los bautizados sientan «la urgencia de compartir la palabra, de vivir la alegría del Evangelio, de compartir con los vecinos, de manifestar la fe por medio también de iniciativas que construyen comunidad y que manifiestan también la caridad, la ayuda fraterna, la solidaridad en lugares donde de verdad es muy necesario».
Llegados a este punto, Prevost conecta la misión con su propia espiritualidad, señalando que «como agustinos, que encuentran de verdad una espiritualidad que Juan Pablo II promovía mucho, la espiritualidad de la comunión que es algo propio nuestro, de los agustinos, es algo que nosotros también podemos contribuir a la Iglesia». Y añade que, tras promover este espíritu como prior general, ahora lo vive «muy agustinianamente, digamos, promoviendo ese espíritu de comunión en una diócesis con los fieles laicos en muchos lugares, tratando de promover esa dimensión de la Iglesia que muchas veces ha sido, quizás, un poco olvidada».
Reflexionando sobre Perú, destacaba que tiene «muchas bendiciones a nivel de la larga historia y tradición de la fe». Observa asimismo que hay «mucha religiosidad popular» y que «la gente, cuando la invitas, cuando hay alguna actividad, alguna devoción, pues sale. O sea, la Iglesia está muy viva». Y recuerda la visita del papa Francisco, quien quedó «muy contento» al pasar por el país, destacando la gran participación en la Misa en Lima, con «un millón y medio de personas».
En este sentido, contrapone estas fortalezas con los desafíos actuales: «Tenemos una ventaja grande, pero hay un reto grande en lo que es una evangelización en un mundo, digamos, del postmodernismo, donde todos los temas que en Europa ya o en Estados Unidos se viven desde hace muchos años, pero de una cierta secularización o de un relativismo de cambio de valores. Todo eso está llegando aquí también». Enfatizz la importancia de que la Iglesia esté preparada «para acompañar al pueblo de Dios, a seguir viviendo su fe, pero en un mundo que ha cambiado muchísimo y que sigue cambiando». Esto incluye la necesidad de usar «los nuevos métodos, con el uso de la tecnología, en las redes sociales». Prevost señala que los jóvenes hoy están ahí y que Perú «no es ninguna excepción a lo que está cambiando en todo el mundo». Por tanto, «la Iglesia también tiene que estar en esas nuevas fronteras, anunciando siempre la palabra de Dios, el mensaje de Jesucristo».
Finalmente, el hoy Papa León XIV reitera un punto clave de su experiencia misionera: «El misionero no viene solo para dar. De hecho, recibimos mucho de la gente». Afirma haber aprendido mucho de la «enorme riqueza que la gente a mí me ha enseñado en mis años aquí» y destaca la importancia de «vivir esta experiencia en comunidad, de construir comunidad, compartiendo todos lo que cada uno tiene».