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Actores de la comunicación y el periodismo, en tiempos de pandemia, redes sociales y algoritmos

(cedal.org.co).-Temas como la ausencia de valores ciudadanos, el populismo informativo en busca de clics, las noticias falsas y el inconmesurable impacto de la desinformación son solo algunos de los que gravitan con especial fuerza en el marco de la pandemia. A propósito de esta realidad, el periódico El Espectador planteó estas preguntas, en una de sus notas editoriales: ¿Cuál es el costo social de la desinformación? ¿Cómo investigamos y cómo contamos las historias? ¿Cuál es nuestra agenda informativa?

Bien vale la pena agregar estos otros cuestionamientos: ¿Qué ha pasado con el periodismo tras el surgimiento y la consolidación de las redes sociales?, ¿ha sabido adaptarse, o no, a la luz de los nuevos avances?, ¿si ha estado a la altura de los nuevos y grandes retos que demandan las audiencias y las comunidades participantes, más aún en tiempos de pandemia? y ¿cuáles serían, en consecuencia, algunos de sus desafíos y oportunidades en el marco de la tercera y de cara a la cuarta revolución industrial? Las preguntas no son caprichosas, pues, como se puede advertir, las redes sociales inauguraron una nueva era de la información (también de la desinformación) y de la comunicación, basada en su influjo, omnipresencia, e incidencia aun más allá de la esfera pública.

En este texto intentaremos ofrecer elementos hacia la búsqueda de respuestas a esos interrogantes que, como suele ocurrir con las grandes cuestiones de nuestro tiempo, se caracterizan por su complejidad, en las cuales intervienen muchos factores, hechos y acontecimientos. Intentaremos, entonces, como lo sugería Edgar Morín, navegar en un océano de incertidumbres a través de archipiélagos de certezas, con la mira puesta en las realidades y posibilidades que se abren para las comunidades participantes.

Con ese horizonte, nos referiremos, entre otros asuntos, a la relación entre el periodismo y los clics, inmersos en los reveladores y efectivos pero también oprobiosos algoritmos; a los ciudadanos como actores protagonistas de los nuevos medios y de las redes sociales y al consabido “riesgo social de la información”, al cual también aludiera el recordado magistrado Carlos Gaviria Díaz, en la famosa Sentencia C-087/98, con la cual fue derogado el estatuto del periodista y se puso fin a la tarjeta profesional, pues, según el alto tribunal, no era compatible con la Constitución de 1991.

Hay un principio básico del periodismo que con el paso del tiempo se consolida como gran misión y como reto: explicar y ayudar a entender la realidad, tarea en la cual el contexto juega un papel esencial. Es una máxima que se profundiza en esta otra: todo buen periodismo está concebido para servir a lo público (Restrepo, 2012). ¿Y cómo entendemos lo público? Como aquello que se constituye por la articulación entre el interés común, los espacios para la deliberación ciudadana y la interacción comunicativa (Rey, 1998). Estamos hablando del gran capital social, que parte de un precepto muy difundido, pero poco aplicado, según el cual el interés general debe prevalecer sobre el particular. De allí se deriva este otro axioma: el periodismo se hizo para servir a los demás, no para servirse de él.

Entonces, en la tarea de informar oficiamos como defensores, promotores y garantes de lo que Bobbio denomina “el carácter público del poder” que es, en sus palabras, lo que distingue el Estado constitucional del Estado absoluto (2001, p. 98). Se trata de un postura que hunde sus raíces en la convicción ética que privilegia el cuidado del otro y la defensa del bien común, entre el cual figura el carácter sagrado de los hechos, como norte de la excelencia. Según lo advierte el filósofo Fernando Savater, es un compromiso que nos lleva a abandonar los confines del yo, para entrar en el amplísimo universo del nosotros (2011).

Desde esa perspectiva buscamos aportar al debate, para entender cómo se concibe hoy el otrora cuarto poder y ver qué tanto está aportando a la construcción de una mejor sociedad. Así las cosas, al revisar el papel que ha cumplido la prensa escrita como gestora, promotora y referente del debate público (durante sus primeros años sola, unos años después al lado de la radio y de la televisión, y desde 2007 inmersa en competencias y alianzas con las redes sociales y otras diversas plataformas de internet), siguiendo al historiador Jorge Orlando Melo, observamos que en una primera etapa —la cual podemos inscribir entre el siglo XIX y mediados del XX— operó como puerta giratoria entre la dirección de los periódicos más importantes de la época y la Presidencia de la República. Fue así como quienes ayer oficiaban como periodistas ahora lo hacían como jefes de Estado. Algunos de los casos fueron los de Jorge Tadeo Lozano; Antonio Nariño; Manuel Murillo Toro; Miguel Antonio Caro; Rafael Núñez; Alberto Lleras Camargo; Carlos Lleras Restrepo; Alfonso López Michelsen y Belisario Betancur. Es una realidad que, a pesar de contar con honrosas excepciones, se ha mantenido en la historia reciente del país, con casos como los de Andrés Pastrana Arango y Juan Manuel Santos Calderón.

Eran épocas en que los periódicos o noticieros de televisión pertenecían a individuos o a familias integrantes directas o asociadas a castas políticas, realidad que ha venido cambiando con los años, para dar paso a la propiedad en cabeza de grandes grupos empresariales, tanto nacionales como multinacionales. Como lo hace notar el mismo investigador, son grupos “con intereses en los negocios del entretenimiento y en otros sectores de la economía y dependientes de la buena voluntad del gobierno” (Melo, 2009). Habría que agregar que esa “buena voluntad” suele estar aceitada con evidentes incentivos y compromisos monetarios mutuos, que incluyen la financiación de las campañas políticas y se evidencia en la encuestitis, solo uno de los síntomas de una enfermedad social conocida sin eufemismos como “manipulación informativa” (Léase verdades interesadas al servicio de…).

Así mismo, es clave tener en cuenta que hoy por hoy el modelo de negocios de las multinacionales de la información se ha profundizado con los avances tecnológicos, en especial tras la irrupción y consolidación de las redes sociales, la famosa “multipantalla”, donde, en general, se muestra mucho pero se explica poco, pues no se puede negar que ayudan a ver y, en cierta medida, a conocer, por cuanto “son fuente inagotable de conocimiento social en bruto” (Guerrero, 2019).

La eclosión de internet

Internet nació en 1969 (entonces se llamó “Arpanet”). Cuando los científicos, encabezados por Leonard Kleinrock lograron la primera comunicación entre dos computadoras ubicadas en las universidades de California y de Stanford, a 500 kilómetros de distancia, nunca se imaginaron que estaban dando origen a la clave de lo que luego se conocería como la tercera revolución industrial.

Unos treinta y seis años después se empezaron a consolidar la redes sociales (Facebook surgió en 2006 y Twitter, en 2009). Y de allí se han derivado cambios profundos en las interacciones sociales, al ampliarse las plataformas para más voces y, por lo tanto, para más historias. Sin desconocer que en las redes coexisten la verdad y las mentiras, haremos énfasis en las grandes posibilidades para la acción social que se desprende de lo que denominamos comunicación plena. Claro, de ahí surge una pregunta obligada: ¿Sí se escuchan esas voces, se leen y se ven esas nuevas historias genuinas? No cabe ninguna duda de ello, pero, salvo algunas excepciones, su impacto suele diluirse con gran facilidad y rapidez, a juzgar por lo que implica la “dictadura del clic”, que va de la mano del fragor por viralizar contenidos del que participan no pocos internautas y, peor aún, medios tradicionales los cuales, incluso, juzgan y definen, tanto su agenda informativa como el desempeño de sus periodistas por la cantidad de “me gusta” de sus publicaciones.

Por supuesto, en esa carrera, con frecuencia las redes, a las cuales también se han venido sumando Whatsapp, Youtube e Instagram, entre otras, devienen en la ilusión fugaz de “medios de información o de comunicación”, pese a que en realidad muchas veces ofician como las reinas del entretenimiento, donde “el verbo se transforma en verborrea” (Guerrero, ib.). Es el juego, por ejemplo, de famosos influencers, a quienes, en su afán de posicionar una idea o una marca, poco o nada les importa que esté en juego, ni más ni menos, que una invasión al alma, esto es, a la forma como concebimos, entendemos y actuamos en el mundo que habitamos. Lo cierto es que ese tipo de estrategias del marketing están concebidas para que los consumidores —también tratados como productos que se venden al mejor postor— dejen en un segundo o en un tercer plano su grado de conciencia política que, en palabras de Hannah Arendt, se determina por la pretensión de estar atento y abierto al mundo (1997).

A pesar de esa realidad, que por fortuna es solo una de las caras de la moneda, no podemos ignorar el inmenso potencial para la acción política propiciado por las redes y, en general, por las plataformas que han emergido con la creación y perfeccionamiento de Internet, en especial gracias a los desarrollos de la web 2.0. Dentro de esa línea de acción, queremos poner el énfasis en la necesidad que tenemos, tanto periodistas como ciudadanos en general, de actuar como verdaderas comunidades participantes o prosumidores, conceptos que van de la mano del ejercicio de la comunicación plena, inmersa en lo que la filosofía política, específicamente la democracia radical y el humanismo cívico, denominan “nuevas ciudadanías”.

Comunidades participantes

Si algo de positivo han demostrado los cibermedios, en general, y las redes sociales, en particular, es que en el escenario digital la palabra pública no es ni puede ser exclusividad de unos pocos medios o periodistas; y que, en la medida en se amplía la esfera pública, gana la democracia.

Es claro que así sea por los márgenes o por excepción, aun en los medios tradicionales hoy se hace muy buen periodismo, así hayan cambiado los escenarios (por ejemplo, en Colombia buena parte del periodismo de investigación ya no se divulga, como ocurría antes, solo en las secciones políticas, económicas o judiciales de la gran prensa sino en columnas de opinión e, incluso, en plataformas digitales emergentes). Esa es una tarea que necesita y agradece la sociedad. Sin embargo, en el caso de las comunidades participantes, el modelo cambia, al entenderse que la tarea de informarse no se agota en la emisión sino que se profundiza mediante la recepción activa, para abrirle paso a procesos de comunicación. Ahí está nuestra propuesta de fondo: profundizar y potenciar el papel de las comunidades participantes, desafío que gira alrededor de este reto: ser y ejercer como ciudadanos todos los días (Ospina, 2018).

¿Qué son y qué hacen, entonces, las comunidades participantes? Para definirlas es necesario referirnos a conceptos como transformaciones sociales, comunicación/educación, escucha activa, movilización y acciones colectivas.

Como se puede advertir, a diferencia de la concepción clásica de audiencias, las comunidades participantes ofician como co-realizadoras. Entonces, por ejemplo, un programa de radio no se hace para niñas y niños, mujeres o adultos mayores sino con ellas y ellos, o por ellos y ellas mismas.

En palabras del radialista Guillermo Patiño, ex director de la emisora comunitaria “Radio Semillas”, de Tibasosa (Boyacá), así se marca una diferencia entre hacer radio y ser parte de ella, pues el foco ya no está en el oyente o en el receptor sino en la construcción de comunidades, esto es, públicos activos, que le aportan a los contenidos de la radio y que se sienten parte del proceso (Pérez, 2019, p. 63). Por consiguiente, ahora el énfasis está en la construcción de ciudadanías, es decir, en la formación de identidades políticas, para lo cual resulta clave el papel de la comunicación y su relación con la educación.

Vale la pena detenernos aquí en experiencias como la promovida por la Asociación Palco, gestora y co realizadora de la emisora comunitaria “La Esquina Radio” de Medellín, que les ha permitido a las comunidades conocerse y reconocerse en su propio territorio, para generar tareas de inclusión, participación y desarrollo social. Es un proceso que parte de comprender la importancia de ejercer la palabra pública, materializada en la capacidad de nombrar y comunicar las realidades sociales, pues así se hace viable y tangible no solo el derecho esencial a la comunicación, sino otros asociados al mismo, entre ellos el derecho a una vida digna, a la salud, a la vivienda y a la educación… Como lo explica la directora de este colectivo de comunicaciones, Dione Patiño,

        Por ejemplo, de nada nos sirve que una persona entienda que hay una ley de víctimas, si esa persona no tiene la posibilidad de acceder a ella. Es decir, cómo volvemos esa ley de víctimas una acción posible, a fin de que esa información sea una herramienta útil para que una persona la pueda utilizar en beneficio de su proceso de reincorporación social. Entonces, podemos decir que una de las grandes diferencias, que a su vez es la génesis, consiste en que la radio comunitaria deberá ser siempre más educativa que informativa y deberá generar más un proceso de comunicación que un proceso de información (Archivo de video, 2020).

Si analizamos este modelo a la luz de teorías como la del “contrato de lectura” que el argentino Eliseo Verón (2004) define como las propuestas, recursos o estrategias de discursos o mensajes que el medio propone a sus lectores, televidentes u oyentes, para hacer efectivo enganche y, por lo tanto, el nexo comunicativo, observanos variantes como estas: Mientras en el caso de las comunicaciones masivas en medios tradicionales es el emisor el que propone el contrato, y el público verá si lo acepta o no, al activarse las comunidades participantes son ellas las que definen y participan de las reglas del juego comunicativas, mediante un ejercicio que privilegia el diálogo, para el cual es indispensable la escucha activa permanente. De esa manera, las expectativas, motivaciones, intereses y contenidos no corresponden, de manera exclusiva, a los discursos de los medios, desde su propia orilla, y a sus lectores, televidentes y oyentes desde la otra, pues emisores y receptores se han venido integrando en un gran escenario, cuyos actores centrales son las comunidades participantes. Ese es el proceso que identificamos como comunicación plena.

En esa dirección, como ocurre por ejemplo en la sección “Las cartas del campo”, del programa de radio Mundo Rural, co realizado por estudiantes de las Escuelas Digitales Campesinas de la antigua Radio Sutatenza, ellas y ellos son los que proponen sobre qué, para qué y cómo quieren hablar, pues saben que solo si pueden nombrar el mundo que habitan, y ser nombrados, existen y cuentan como sujetos políticos.

Entonces allí no hay unas temáticas o una agenda informativa predeterminada e inamovible, pues lo que interesa es que ellas y ellos incidan en la construcción de sus propias historias locales, regionales o nacionales, como se observa en el siguiente caso, relatado por la misma Dione Patiño:

    Uno de los parques infantiles de los barrios de Medellín, que la administración municipal construyó para el beneficio de los niños y las niñas, no podía ser utilizado por ellos y ellas, porque lo usaban personas adultas para consumir drogas. Por ello, los padres y las madres no dejaban ir a sus hijos a ese lugar. ¿Qué hace una radio como la de nosotros para recuperar ese espacio colectivo? Se organiza con esos participantes y empieza a buscar acciones colectivas que les permita decirles a esas personas: “el parque es para los niños y necesitamos que ellos lo puedan utilizar de manera tranquila”. Entonces nos tomamos el parque un día haciendo radio con los niños y las niñas, jugando allí, hasta que posteriormente —y por eso es que digo yo que para nosotros la inmediatez no funciona como funciona en las demás radios, pues trabajamos en procesos más lentos de escucha activa— llegamos al punto de decirles a los chicos que se sentaban ahí: “Por lo menos lleguemos a un acuerdo; no utilicen el parque antes de las siete de la noche. Y permitan que los niños lo puedan disfrutar por lo menos en la mañana y en la tarde”. Eso genera un proceso de retroalimentación para la comunidad, donde la radio, efectivamente, se convierte en un punto de acción muy puntual para ellos (Archivo de video, 2020).

Es claro entonces por qué preferimos la denominación de comunidades participantes y no la de audiencias, pues con aquellas se generan procesos de movilización en torno a acciones colectivas, para lo cual resulta clave educar, acompañar y orientar, es decir, activar la comunicación y propiciar transformaciones sociales. Así, mientras para los medios comerciales la apuesta está en la rentabilidad económica, los medios ciudadanos ponen el énfasis en la rentabilidad social. Como lo dice Dione, “por eso, en La Esquina Radio no nos preguntamos cuántas personas nos escuchan sino a cuántas personas escuchamos”.

A manera de conclusión

Estamos ante propuestas encaminadas a privilegiar el valor y el poder del ejercicio ciudadano que, como lo anota el filósofo Cornelius Castoriadis, es el llamado a romper el nudo gordiano de la política que ha mantenido a la economía de mercado como un valor absoluto y dominante:

    Es la gran mayoría de los seres humanos la que debe convencerse de que su vida tiene que cambiar radicalmente de orientación y sacar las consecuencias. Mientras que los seres humanos continúen poniendo por encima de todo la adquisición de un nuevo televisor en color para el próximo año, no habrá nada qué hacer (1997, p. 5).

La idea, entonces, es aplicar una perspectiva individualista bien entendida que va de la mano del ejercicio de una comunicación llena de sentido. Estamos hablando, claro está, de la dimensión comunitaria del individualismo que, aunque parezca un contrasentido, nos está invitando a entender que nuestros sueños y expectativas como individuos solo los podemos concretar con los otros. Ahí empiezan a cobrar gran importancia acciones como saber escuchar; trabajar en equipo; ejercer la empatía, que se basa en el respeto por el otro; aprender a vivir el “ahora” proyectado al futuro y saber ejercer un liderazgo no excluyente, que bien podríamos llamar coliderazgo (Pérez, 2019). Al fin y al cabo es en el terreno simbólico, constituido por las diversas expresiones culturales, en el que compartimos el mundo de la vida materializado en “la fiesta del lenguaje”, como la llamara Daniel Prieto Castillo (2000). Sí, ahí, tanto en lo que decimos como en lo que dejamos de decir, se está jugando, en buena medida, nuestro presente y nuestro futuro como ciudadanos.

Es, por lo demás, una apuesta encaminada a conseguir que el individuo se haga consciente de su propia realidad y tome cartas en el asunto para transformarla, porque, como lo dijera Gibson citado por Prieto, en una experiencia de primera mano uno se hace consciente de algo, en tanto que en una de segunda mano uno es hecho consciente por otros (Ib., p. 32). Y como quiera que es imposible para un ser humano tener siempre experiencias de primera mano, conviene advertir que cuando es otro el que participa o se informa por nosotros para luego contarnos lo que pasó, estamos frente a lo que el propio Gibson llama “percepción de sustitutos”. Nótese, entonces, como en esa dimensión —que es la que gobierna la mayoría de nuestras actitudes y comportamientos— es muy alto el riesgo de desinformarse o de informarse a medias (Pérez, 2019).

Si por lo menos somos conscientes de esa limitación, ya estaremos dando un paso muy grande para validar, entender y ejercer la comunicación plena, aquella capaz de darle una respuesta efectiva a los retos que plantean las prácticas cotidianas de la ciudadanía. Por fortuna, los seres humanos cuentan con sus propias palabras y saberes, como grandes activos culturales que les permiten apropiarse y narrar lo que pasa en su propio contexto.

Es cierto que las dinámicas del mercado, inmersas en la globalización económica, han impuesto barreras para el ejercicio de valores democráticos, entre ellos la divulgación pública de los saberes populares, pero también lo es que tenemos el reto de advertir, no caer y superar lo que el sociólogo brasileño Renato Ortiz llama trampa de carácter ideológico, según la cual todo transcurre inexorablemente dependiendo de las leyes impuestas por el mercado y por la tecnología. Sí, dice Ortiz, la globalización conlleva peligro, pero también posibilidades (Sierra, 2002, pp. 168-170). Y entre esas posibilidades está la de cambiar el papel tradicional del consumidor de contenidos por el de sujeto comunicador, esto es, integrante activo de comunidades participantes, constituidas por ciudadanas y ciudadanos en acción permanente, capaces de minimizar el riesgo social de la desinformación, contra el que nos previniera Carlos Gaviria Díaz. Son acciones encaminadas hacia la búsqueda y defensa de la verdad como bien público esencial en una democracia.

Como vemos, estamos hablando de un escenario indispensable y posible en el que tanto los medios como los ciudadanos saben que lo mejor de la comunicación y del periodismo está en lo que ellos mismos están por descubrir, reinventar, ejercer y narrar día tras día desde sus propios territorios.

REFERENCIAS

Arendt, H. (1997). ¿Qué es la política? Barcelona: Paidós.

Bobbio, N. (2001). El futuro de la democracia. México: Fondo de Cultura Económica.

El Espectador. (2020) Un mensaje para ustedes (Nota editorial). Recuperado de https://www.elespectador.com/opinion/editorial/un-mensaje-para-ustedes/

Festival Gabo. (Productor) (02/12/2020) Charla: La radio, la voz que narra a América Latina. [Audio podcast]. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=9Td1jPLc9B4

Guerrero, A. (s.f.). Culpa y exuberancia de las redes. Recuperado de https://www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/culpa-y-exuberancia-de-las-redes-MD11655801

Melo, J. (2009). Colombia es un tema. Recuperado de http://www.jorgeorlandomelo.com/periodismoypoli.htm

Ospina, W. (2018). La paz del pueblo ausente. Recuperado de www.elespectador.com/noticias/politica/la-paz-del-pueblo-ausente-por-william-ospina-articulo-743599

Patiño, D. [Fundación Gabo] (2020). Charla: La radio, la voz que narra América Latina. [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=9Td1jPLc9B4&t=2s

Pérez, J.C. (2019). Radio Sutatenza y Acción Cultural en la era digital. (Tesis doctoral). Recuperado de http://sedici.unlp.edu.ar/bitstream/handle/10915/87123/Documento_completo.pdf-PDFA.pdf?sequence=1&isAllowed=y

Prieto, D. (2000). La fiesta del lenguaje. México. Ediciones Coyoacán S.A.

Restrepo, J. [CPB] (2012). Diez lecciones de ética con Javier Darío Restrepo. [Archivo de video]. Recuperado de https://www.youtube.com/watch?v=8U0SYBQwEVM

Savater, F. (2011). Ética para Amador. Barcelona: Ariel.

Sierra, L.I. (2002). Globalización, multiculturalismo y comunicación. En Comunicación, cultura y globalización. Bogotá: Centro Editorial Javeriano.

Rey, G. (2013) La televisión más allá de la amnesia. Recuperado de https://www.javeriana.edu.co/unesco/pdf/television_construccion_publico2.pdf

Valderrama, C. (2000). Ciudadanía y comunicación. Saberes, opiniones y haceres escolares. Bogotá: Siglo del Hombre Editores, Universidad Central.

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