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El algoritmo y nuestra frágil libertad

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Hace unos días decíamos en nuestra Línea Editorial que en torno a la Inteligencia Artificial se está creando una especie de superstición, como si los famosos algoritmos nos ofrecieran una objetividad en diversos campos de la actividad humana y de la convivencia, que permitiera superar los riesgos del subjetivismo. Nunca terminamos de aprender, ahora corremos el riesgo de entronizar un nuevo ídolo, como si los resultados de la Inteligencia Artificial fuesen una especie de oráculo que aceptamos sin preguntarnos quién ha diseñado el algoritmo, con qué datos trabaja, qué criterios utiliza.

   

(cope.es).-   Esta sorprendente confianza en las máquinas trasluce el creciente miedo a la libertad en este momento histórico. Porque la libertad de cada persona, con su fragilidad y lentitud, con su posibilidad de cometer errores, y su habitual falta de decisión, resulta un factor demasiado imprevisible, demasiado imperfecto… y nos provoca inquietud. Algunas veces pusimos nuestra esperanza en la ciencia, en las ideologías o en un líder fuerte; ahora les toca el turno a las máquinas.

Hace unos días el Papa Francisco recordaba que “el valor fundamental de una persona no puede medirse con un conjunto de datos”, y pedía mucha cautela a la hora de confiar juicios a algoritmos que procesan datos recogidos sobre las personas, sus características y comportamientos. No podemos permitir que los algoritmos limiten o condicionen el respeto de la dignidad humana, ni que excluyan la compasión, la misericordia, el perdón ni la esperanza del cambio de la persona, decía el Papa.

   

Bienvenida sea la aportación positiva de la Inteligencia Artificial en numerosos campos. Como cristianos no debemos tener nostalgia de un mundo sin máquinas, de una supuesta naturaleza perfecta que, desde luego, no existe.

   

El riesgo es siempre poner la esperanza en los ídolos, como nos recuerda la experiencia del pueblo de Israel. No podemos prescindir de la razón y la libertad entrelazadas que conforman el corazón de lo humano. Un corazón que necesita, eso sí, abrirse a la luz y a la misericordia de Dios.

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