TECNOLOGÍA

La Iglesia sobre la inteligencia artificial: «Tenemos que ser parte de la conversación»

El sacerdote Eric Salobir, dedicado a reflexionar sobre la ética de las nuevas tecnologías, desgrana el papel de la Iglesia ante la revolución de la inteligencia artificial

(alfayomega.es).-Los tentáculos de la inteligencia artificial (IA) se propagan a todos los sectores con gran velocidad. No ha habido ninguna otra revolución en la historia de la humanidad con tal impacto en tan poco tiempo. En 1860, Antonio Meucci inventó el telettrófoni —más conocido como teléfono— que después patentó Graham Bell, con una situación económica más desahogada, 16 años más tarde. Recién estrenado el siglo XX, ya había 160 millones de personas abonadas al nuevo invento. El primer iPhone nació en 2007 y solo tardó cinco años en tener esos mismos millones de propietarios. Internet en 1986 contaba con poco más de 5.000 usuarios. Hoy son 4.000 millones, y, en este momento, hay más de 200.000 millones de dispositivos conectados a la red. Una colonización exponencial.

La plaza de San Pedro ha sido tomada por robots en esta imagen generada por Alfa y Omega con inteligencia artificial. Foto: DALL·E / R. P.

Sería un error no afrontar el mundo digital desde una perspectiva de trascendencia y espiritualidad. Esta es la principal tesis que defiende el sacerdote francés Eric Salobir, responsable de las comunicaciones sociales de la Orden de los Frailes Predicadores y consultor de la Santa Sede en materia de nuevas tecnologías. «Tratar con la ciencia y las tecnologías está en el ADN de los dominicos desde el siglo XIII. Pero, a veces, como en una pareja, es una relación difícil…», reconoce.

En su libro Dieu et la Silicon Valley, publicado en 2020 en Francia, desgrana cómo la Iglesia puede sacarle partido a esta revolución sin dejarse el alma por el camino. «El impacto de la IA puede ser tratado desde dos puntos de vista. Por un lado, puede fomentar una espiritualidad 2.0 más individualizada, pero, por otro, hay que considerar su uso para finalidades religiosas y su posible deificación por su carácter avanzado y por cómo impacta en nuestra vida. La tendencia recurrente del hombre de querer sustituir a Dios puede encontrar en la IA una gran aliada», destaca.

«Más allá de la palabrería entusiasta de quienes fabrican esta tecnología hay una realidad. Y detrás de esta realidad, hay riesgos y esperanzas»

Eric Salobir

Consultor del Vaticano en nuevas tecnologías

El sacerdote francés se sobrepone a la polarización del debate sin proposiciones maniqueas que condenen a priori la tecnología y nos lleva, por ejemplo, hasta la frontera del uso de las armas cibernéticas: «Cuando se generan daños colaterales —es decir, decenas de víctimas inocentes— si un dron impacta en una base enemiga, da igual que sea terrorista. ¿Quién es el responsable?, ¿el fabricante?, ¿quién apretó el botón?, ¿o quién dio la orden de atacar?». Son cuestiones que exigen un nuevo itinerario moral.

Quizá la Iglesia llega un poco tarde, porque la inteligencia artificial y la robótica ya han trastornado nuestras sociedades para siempre. «Más allá de la palabrería entusiasta de quienes fabrican esta tecnología, hay una realidad. Y detrás de esta realidad, hay riesgos y esperanzas», asegura Salobir, que antes de hacerse cura dominico trabajó en el mundo de las finanzas.

En todo caso, no adopta ni una visión pesimista ni optimista, solo realista, ante un mundo que conoce como pocos, porque se codea con los multimillonarios de las grandes multinacionales de Silicon Valley. «Las tecnologías pueden ayudar a construir una sociedad más respetuosa, a condición de que consideremos los aspectos éticos y evaluemos su impacto. No son ni buenas ni malas, pero tampoco pueden considerarse neutrales», explica. Ni siquiera podemos verlas como simples herramientas: «La intencionalidad que hay detrás del martillo es realmente pobre, pero en la IA o en los implantes cerebrales o en cualquier tipo de dispositivo tecnológico, todo es mucho más complejo. Necesitamos estar en diálogo permanente con los desarrolladores de esas tecnologías porque no podemos sencillamente pensar que hacer algo bueno es parte de su responsabilidad. En parte, es responsabilidad de las empresas, pero también lo es de la sociedad y de todas las instituciones, como la Iglesia católica, que debe acompañar este movimiento. No podemos quedarnos callados y, si hacen algo nocivo, decir cuando ya está hecho “eso es malo”. Tenemos que ser parte de la conversación».

La evolución de la IA

  • 1315: En el libro Ars Magna, Ramon Llull describe una máquina para identificar lo verdadero y lo falso.
  • 1637: René Descartes se pregunta si las máquinas podrían llegar a pensar.
  • 1950: Alan Turing publica su idea de test para probar la inteligencia de una máquina.
  • 1956: En la Conferencia de Darmouth se acuña una definición del término inteligencia artificial.
  • 1966: Desarrollan ELIZA, uno de los primeros programas en procesar lenguaje natural.
  • 1987: Martin Fischles y Oscar Firschein describen los atributos de un agente inteligente lo que abre vías de investigación.
  • 1997: Deep Blue, la supercomputadora creada por IBM, gana al campeón mundial de ajedrez Garri Kaspárov.
  • 2005: Un coche sin apoyo humano gana una competición de vehículos robot tras conducir 212 kilómetros.
  • 2008: El nuevo iPhone viene con una aplicación de Google que reconoce la voz.
  • 2016: Microsoft lanza un chatbot capaz de aprender a partir de la interacción con las personas.

Salobir nos sitúa en el terreno de la filosofía moral para que nos preguntemos no solo el cómo, sino también el porqué. De hecho, en el libro cita la carta que Albert Einstein escribió sobre el futuro de la energía atómica, cuando se dio cuenta de que dejar a la ciencia a su aire podría causar un desastre, como se demostró después en Hiroshima y Nagasaki.

El sacerdote dominico es también el presidente del think tank católico OPTIC, dedicado a reflexionar sobre las cuestiones éticas vinculadas a las innovaciones tecnológicas. Creado hace dos décadas, hoy cuenta con oficinas en San Francisco, París, Montreal, Ginebra, Roma, Oxford y Boston: «Es algo así como una red de exploradores, procedentes de las humanidades, pero también del lado de la tecnología, del sector privado empresarial, de los reguladores, de las ONG, de la sociedad civil. Intentamos explorar los puntos ciegos de los debates en torno a ciertas tecnologías. Trabajamos para fomentar un debate social sobre el impacto psicológico, antropológico y filosófico de esas tecnologías». Una tarea importante, porque el uso de la IA afecta a nuestra autopercepción e identidad psicológica. «El satisfacer todas nuestras necesidades y deseos afecta a nuestra paciencia, al concepto de soledad y a nuestra autonomía individual. Son muchos los estudios que subrayan el desfase entre las necesidades de desarrollo humano y los usos actuales de la IA, lo que podría provocar un aumento de la ansiedad en general, en vez de promover el progreso individual», concluye.

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